Diego Fischer y su nueva novela: tupamaros, militares diplomáticos, secuestros, fugas y espías

01/12/2024

Este martes a las 19.00 en el Museo Nacional de Artes Visuales del Parque Rodó, con la participación de Gerardo Sotelo, Diego Fischer presenta su nuevo libro, La gran farsa (Planeta, 890 pesos), una crónica o más bien, un “retrato de un país en llamas”. El libro armado a partir de una investigación transoceánica, cuenta los hechos que rodearon el secuestro por parte del MLN-Tupamaros del embajador británico,_Sir Geoffrey Jackson. y otros asuntos que hicieron de 1971, un año así de terrible. ¿Y por qué La gran farsa? “Eso lo debe descubrir el lector”, le dice Fischer a El País. “Pero tiene que ver con el doble discurso que emplearon todos los protagonistas de esta histora”.

—Empecemos por lo crucial. ¿De qué va La gran farsa?


—Es un retrato del Uruguay de 1971. Un país en el que los tupamaros lograron uno de sus objetivos: mostrarse como un poder paralelo al institucional. En 1971 el MLN llegó a secuestrar a nueve figuras muy importantes del ámbito diplomático, empresarial, político y judicial. Entre ellos, el embajador británico en Montevideo, Geoffrey Jackson. A través de documentos inéditos del Foreign Office y de la Universidad de Cambridge, liberados en 2022, revelo las negociaciones propiciadas por Salvador Allende entre el MLN y el gobierno de Inglaterra, en procura de la liberación de Jackson.


—Y en simultáneo está la fuga de Punta Carretas.


—Sí, mientras estas conversaciones negadas una cien veces, se sustanciaban, la cúpula del MLN y decenas de terroristas preparaban la masiva fuga del Penal de Punta Carretas. Así, La gran farsa es la historia de una sociedad tomada por la violencia en la que los tupamaros desplegaban sus acciones terroristas y ponían en jaque al gobierno electo de Jorge Pacheco Areco. Un entramado sangriento de atracos, secuestros y asesinatos, antesala de la dictadura militar que, en 1973, barrería con la democracia más antigua y respetada del continente.


—¿Por qué ahora ir por la historia reciente?


—Es una época ya bastante contada y relatada, aunque desde un único ángulo, como suele suceder con la historia del Uruguay pero más con la historia del pasado reciente. Empecé a atar cabos y vi que había un terreno para investigar. Hay una norma universal que los archivos se desclasifican luego de 50 años, así que me comuniqué con el Foreign Office británico porque pensé que ahí podía haber material interesante y desconocido. No me equivoqué.


—¿Qué fue lo primero que lo sorprendió cuando procesó ese material con sus colaboradores?


—Inicialmente eran más de mil páginas de documentos. Tras una depuración quedaron unas 500, sobre las que se trabajó. No me debería sorprender —en el caso de los archivos británicos— la puntillosidad de los ingleses a la hora de informar: hora, lugar y hasta descripción del ambiente. Es maravilloso porque es como estar sentado ahí. Por ejemplo, cuando las conversaciones de las autoridades británicas con la señora de Jackson, cuando lo va a recibir el primer ministro, su secretario le prepara un memorándum de las preocupaciones de la señora Jackson y las respuestas que se le debía andar. Le hace un escenario de unas 40 preguntas y respuestas y la entrevista transita por ese lugar.Cuidaban todo tanto que no dejaban nada librado al azar. De hecho, el único que dejó algo librado al azar fue el propio Jackson que no hizo caso en su momento a las indicaciones de seguridad.


—Hay un encuentro entre la señora Jackson y dos embajadores uruguayos donde hablan de eso...


—Eso pasa 48 horas después del secuestro y la mujer se enoja un montón. Le van a comunicar la posición del gobierno de que no se negociaba con terroristas.Hay que ponerse en la circunstancia: cinco meses antes fue el secuestro y asesinato de Dan Mitrione. Ahí también había una parte de la historia que no se sabía.


—¿Es una novedad la intermediación de Allende?


—Fue negada una y cien veces por los tupamaros pero también por los ingleses. Ese doble juego me indignaba porque el hombre se estaba pudriendo en la cárcel del pueblo en condiciones infrahumanas, —que es otra cosa de la que no se habla: lo que padeció esa gente en los 10 barretines que tenían los tupamaros— y cómo se dilata una decisión por temas políticos, burocráticos. Increíble. Y eso está todo en los documentos, no es novela.


—Jackson contó su propia versión de los hechos en Secuestrado por el pueblo.


—Ahí hay una cosa muy importante. Yo lo había leído hace muchos años y siempre me quedó la sensación de que Jackson estaba padeciendo el síndrome de Estocolmo cuando escribió ese libro, porque es muy generoso con sus captores. Muy cristiano, muy british, en no decir nada políticamente incorrecto. Pero no era eso, sino que fue lo que Foreign Office le permitió publicar.Eso me lo confirma el informe que figura al final del libro donde ahí dice cosas de alguien que realmente padeció un calvario. Y el análisis que hace del Uruguay y por qué se estaba dando todo el proceso de la guerrilla es muy, muy interesante.


—Cualquier tema vinculado a esos hechos es muy divisivo. ¿No le dio aprehensión?


—No. Me generó mucha ansiedad y muchas ganas. Porque cuando hacés las cosas con honestidad y profesionalismo y tenés los documentos que te respaldan, justamente, uno quiere que eso se sepa. Es permitir otra mirada de un tema que ha sido contado con la hemiplejía propia de los que relatan historias en Uruguay. Esa cosa romántica de los Tupamaros: ¡Qué romanticismo cuando había muertes, secuestros, asesinatos! Y esa cosa idílica del gobierno que tuvo que salir a enfrentar una situación y jugó en la frontera de la legalidad. Uno tiene que autoimponerse ser sincero y darle voz a todos los jugadores en esta historia. Es, en definitiva, el retrato de una época.


—El libro está dedicado a Néber Araújo...


—¡El jefe! Es para él porque es mi maestro y haber sido su productor en En vivo y en directo fue la experiencia más enriquecedora que he vivido. Este es un libro muy periodístico y a él que es un gran periodista, me parece que es un libro que le puede gustar.