Una foto que dice todo

27/04/2019

Quizá todo consista en lo que se pida y en lo que se espera, cuando uno no espera mucho las cosas caen de regalo”, con estas palabras Ida Vitale me respondió el año pasado, en una entrevista de televisión, cuando le hice referencia a la sucesión de premios internacionales que había recibido en los últimos años. En esa lista figuran los galardones más importantes que un poeta puede aspirar: el Premio Octavio Paz, el Alfonso Reyes, el Federico García Lorca y el Reina Sofía y el Max Jacob le fueron otorgados entre 2009 y 2017. Entonces, aún no se había anunciado el Premio Cervantes 2018, que recibió el martes pasado en la Universidad de Alcalá de Henares.

La foto de esa mujer menuda de 95 años, de pelo blanco cuidadosamente peinado, lúcida y ágil, sonriendo y con lágrimas de emoción contenidas y apretando su corazón con la mano derecha en señal de agradecimiento y con el rey de España Felipe VI, en un segundo plano aplaudiéndola sonriente y de pie, lo dice casi todo. El resto está en el discurso de Vitale.

Esa imagen recorrió los portales del mundo, y fue portada de El País al día siguiente. Simboliza lo mejor de nuestra cultura, la que hizo al Uruguay conocido en todo el mundo y merecedor de respeto y reconocimiento internacional.

Sin dudas que el mérito es de Vitale y su obra, a la que hay que sumarle el encanto y el sentido del humor de una mujer que a su edad no pierde la curiosidad, la gracia y la humildad. La frase improvisada con que remató su discurso en el púlpito laico de Alcalá de Hernares, es elocuente. “Querría hacerme perdonar la audacia de venir aquí y a este lugar y meterme a hablar de Cervantes”.

Un discurso en el que Vitale, recordó a sus ancestros italianos, a su abuelo abogado y culto que vino a estas latitudes con Garibaldi. A sus primeras lecturas en las que, El Quijote “llegó un poco tarde” y a una pequeña biblioteca de su adolescencia cuyos volúmenes estaban numerados y que ella misma desempolvaba todos los sábados. Vitale nació y se crió en una familia de clase media que apostaba a la cultura y en la que su tío Pericles le leía y traducía a la vez, a Goldoni.

Cursó sus estudios primarios en la escuela República Argentina de calle Colonia y Cuareim, para convertirse, en 1939, en la generación que inauguró la sección femenina de los Preparatorios del Elbio Fernández. Estudió Humanidades y tuvo la fortuna de contar como profesor al español José Bergamín, (editor de García Lorca) y exiliado en estas latitudes al final de la Guerra Civil Española. Décadas más tarde ella misma debió partir al exilio en los años de la dictadura militar. México fue el país que la recibió. Con el regreso de la democracia a Uruguay, volvió, para partir nuevamente en 1989 a Estados Unidos, con su segundo marido Enrique Fierro (en primeras nupcias estuvo casada con Ángel Rama).

¿Puede haber algo más uruguayo que una nieta de inmigrantes italianos, educada en la escuela pública y en un colegio privado, que trabajó de traductora, docente, periodista, para ayudar a mantener su hogar, y que mientras cuidaba de sus dos hijos chicos, escribía artículos y también poesía? Hay cosas que hacen a la esencia del Uruguay: valores como la educación, la cultura, y el esfuerzo a través del trabajo que siguen vivos. No han desaparecido, aunque parezca que sí. Ida Vitale encarna todo eso.